En 1970 la enfermedad de su padre hace necesario su regreso a la ciudad de su infancia y adolescencia. A su llegada toma la responsabilidad del taller de ebanistería de su familia, empleados y encargos. La profesora L. E. Macías afirma que “en este periodo sólo hizo un total de cinco esculturas de un metro veinte centímetros, todas ellas en madera, para ser colocadas en dos salas de fiestas de la ciudad”. Se trata de cinco encargos, cuatro alusiones a la Danza en forma de desnudos femeninos plenos de movimiento que engalanarán el Whisky Club de Las Palmas y una Cariátide de un metro, que rememora bajo el prisma personal la estatuaria clásica, mirando otra vez hacia oriente. Esta Cariátide fue encargada por Juan Amorós y ubicada en el Club Bella Época de esta ciudad canaria. y enumera buen número de obras que sitúa entre 1970 y 1971, ya con el artista en Gran Canaria. Pero no fueron las únicas producciones de esa fase que va de 1970 a 1972, porque, nos confirma Luis Montull, “mientras supervisaba el taller familiar al mismo tiempo preparaba obra para una exposición”. En ese sentido, ya en la entrevista de 1995 que venimos citando en este artículo, había afirmado: “Cuando llego a Las Palmas, vuelvo al taller de mi padre y al tiempo que le ayudo en su trabajo, me vuelco en preparar una exposición individual. Desde esa época ya no he parado prácticamente hasta ahora”. Así pues, y siguiendo este hilo conductor, en 1970 estaría fechada la Serenidad, desnudo femenino en madera, de unos 90 centímetros aproximadamente. Entre 1970 y 1971 tendríamos una Mujer Canaria, campesina también en madera, de menor tamaño, que sigue en la línea temática étnica –regional en la terminología de Pérez Reyes- y desde luego indigenista que abre la Mantilla Canaria. En 1971 son datadas muchas más, con producciones que mezclan la temática de la cotidianidad y la etnicidad canaria, en general pequeñas, algunas de menos de medio metro y casi todas de menos de un metro, las excepciones son: De promesa, Colocación de la talla, Caída de la Talla, Talayera Canaria, Danza, ejecutadas en madera, y la Escasez de agua, de dos metros, en piedra, casi todas ellas redundando en el tema de la campesina canaria. De las pequeñas, en madera, contamos con: el Suplicio; Canaria Bailando; la Marcha; Meditación; Desespero; Maternidad; Salto; Principio de curso; Súplica; Peinándose; Mujer Canaria; Tocado de sombrero. En piedra tenemos: Reposo; Pudor, ambas en mármol; Campesina; Mujer Sentada; Arrepentimiento; Anciano, las dos últimas en mármol; Tomatera del sur; y en piedra verde Miedo y Fatiga. Tanto la Escasez de agua como la Tomatera del sur forman parte de la colección de Juan Amorós.
Estas obras fueron protagonistas de la Exposición que tuvo lugar en 1972 en la Casa de Colón. Esta muestra suscitó en la ciudad la curiosidad y la admiración no sólo en el medio artístico. La prensa local, se hizo eco del evento en artículos publicados en La Provincia y Diario de Las Palmas. Como ejemplo el artículo antes citado de D. Juan Rodríguez Doreste que reza: “Para todos sus coetáneos –como confieso que ha sido para mí- esta primera exposición de Luis Montull en la Casa de Colón habrá de constituir una autentica y gloriosa revelación. Ahí es nada, que de la noche a la mañana, casi subrepticiamente, el artista se ha sacado de entre sus dedos nervudos: y nos muestre, en la bien afinada rotundidad de sus formas, esta treintena larga de obras talladas directamente, con elaborado y magistral oficio, sobre los dos materiales más nobles que puede domeñar la escultura: la madera y la piedra”. Más de veinte años después el autor recuerda en voz alta la trascendencia del evento: “La exposición realizada con solo dos materiales: la madera y la piedra, en la Casa de Colón, tuvo un gran impacto y aceptación. Aquí, por primera vez se reconocía públicamente y de manera general la calidad de mi obra en mi tierra. Para mí supuso una gran satisfacción y me sentí recompensado con todo el esfuerzo que había realizado para alcanzar el resultado de una obra bien hecha, que atrape y guste al espectador”.
En algunas de estas creaciones Luis Montull enfatiza el carácter racial de sus campesinas tendiendo un puente directo con autores como Plácido Fleitas, sobre el que él mismo hizo pública una nítida muestra de reconocimiento en 1995: “Uno de los mayores (refiriéndose a los artistas canarios) es para mí Plácido Fleitas”.
A partir de 1972, año en que se ve liberado de la responsabilidad que había asumido en el taller por la enfermedad de su padre, su actividad creadora transcurre inmersa en la generación de obra para encargos y exposiciones y ahora también de obra monumental, que va ocupando espacios públicos sobre todo de Gran Canaria, aunque también pueda encontrársela en Tenerife. No deja por ello de ejecutar alguna talla pequeña, pero en la mayoría de los casos sus dimensiones rondan y superan el metro de alto. Para 1973 y 1974 podemos adscribir muchas de ellas: en madera, Oración en el campo, Caridad, Acróbata, Honestidad, Hippie, Amor Materno, Sabiduría, Encuentros, Esclava y Resignación; o en piedra, Canaria, Llanto, La madre, Lectura, Vendedora de pescado, hecha en piedra roja, Después del baño, Sueño, Vencida, Ímpetu, Amor, Vergüenza, Perdón, Canaria con Mantilla y Chico del mercado. Predomina en éstas, sean de madera o piedra, una distorsión volumétrica manierista que nos remite a un autor tan lejano como El Greco y un naturalismo expresionista definido por la talla sumaria que busca definir en rápidos trazos y golpes de herramienta. Estos impulsos inciden sobre sugerencias que encuentra en el mismo material en bruto: el movimiento –como ejemplo el ritmo helicoidal de su Amor Materno-, el sentimiento y el concepto. En la Oración en el campo, Sabiduría, la Acróbata, la Honestidad, Ímpetu, Amor, los cuerpos aparecen descoyuntados en aras del estilizamiento expresionista. En Después del Baño, Hippie y Oración en el campo hay una voluntaria búsqueda de la desproporción, como inevitable punto de fuga del manierismo que va marcando parte de la trayectoria de Luis Montull. Sin embargo, no abandona el gusto por la geometricidad, que triunfa en Vergüenza, Encuentros, Perdón, Resignación. Este recurso a la geometría primitivista es el marco estilístico en el que redunda una vez más su temática étnica: Canaria, Canaria con mantilla, aunque ello no deviene necesariamente en estaticidad, pues no falta el movimiento en su referencia a lo popular canario, como en la Vendedora de pescado. Y tampoco desaparece del todo la temática dramática –y hasta truculenta- de su etapa parisina.
Este conjunto de obras centrará la atención del público en un número importante de exposiciones organizadas en museos, casas de cultura y otros centros culturales de Gran Canaria y Tenerife en 1974: Casa de Colón, Casa de Cultura de Arucas, en el antiguo local de lo que luego se dio en llamar Sala Cairasco, Jornadas Culturales de Agaete, Museo Municipal de Santa Cruz de Tenerife, Instituto de Cultura Hispánica del Puerto de la Cruz, Centro de Arte y Cultura de Garachico. Se trata pues de una exposición itinerante que recorre las islas centrales del Archipiélago, dando a conocer a mediados de la década de los setenta un artista que nunca deja de sorprender. Buena parte de estas obras se hallan hoy en el museo de “Cho Zacarías” de San Mateo, Gran Canaria, adquiridas por el coleccionista de arte Don Jesús Gómez Doreste. Dos obras vendidas en Tenerife fueron llevadas a Brujas, Bélgica.
Son también los años en que comienza a desplegar en toda su potencia su capacidad para la obra monumental, para la que desde adolescente había mostrado facilidad. Marcan un hito en este capitulo dos producciones que darán lustre a los espacios públicos de Las Palmas: el San Juan de Dios y el Monumento a las Actividades Primitivas del Pueblo Canario.
El San Juan de Dios, tiene dos metros y medio, fue ejecutado en 1973 en piedra de la cantera de Ayagaures y se yergue, con una verticalidad, alargamiento y expresividad manierista que nos retrotrae al Greco, junto a las instalaciones de los franciscanos en el Lasso. Fue un encargo destinado a completar el conjunto de la Ciudad dedicada a los niños con problemas físicos.
El Monumento a las Actividades Primitivas del Pueblo Canario, erigido entre los años 1975 a 1977 por encargo del Ayuntamiento de Las Palmas para conmemorar el V Centenario de la fundación de la urbe en el Guiniguada, está estructurado en torno a varias esculturas de tres metros y medio que representan los oficios populares, dos pescadores tirando del chinchorro, el campesino con su sacho, la maternidad, que es la escultura más destacada, donde el conjunto alcanza un total de dieciséis metros de altura, con una mujer que levanta en sus brazos al hijo, y la talayera. Esta gran composición encuentra un marco urbano privilegiado en su localización de la Plaza de España –antes Plaza de la Victoria-, en un nudo de comunicaciones que atraviesa la concurrida Avenida de Mesa y López.
Las gigantescas figuras se insertan en una plaza circular y entre flora en parte autóctona, creando un contrapunto de carácter étnico en un espacio típicamente cosmopolita de la capital. Son evidentes en este conjunto escultórico la herencia indigenista en el tema y el estilo, a la vez que la tendencia expresionista del artista y su manierismo en el descoyuntamiento formal. Son representaciones que todavía conservan la esencia de su idea, a manera de bocetos, y así lo expresa el propio autor cuando nos informa en 1995 sobre sus fuentes de inspiración: “El hombre y la mujer canarios, sus formas y rostros. Yo siempre ejecuto un boceto y luego lo llevo a materializar, ya sea un madera o en piedra, y puedo ir improvisando en algunas cosas sobre la marcha; lo esencial está en el boceto previo”. La profesora L. E. Macías dice sobre tan magno conjunto: “La piedra que sería destinada para la construcción de esta obra dedicada a un pueblo, es sus labores ancestrales y actuales en su contenido, hace que el escultor elija la piedra roja de Tamadaba, piedra porosa y de no gran dureza en su tallado escultórico y que presentaba por sí misma y su acabado artístico una textura de gran apreciación entre los escultores y en los pocos labrantes de la piedra que aún quedan en la isla (...) El escultor a parte de ser el autor de la obra, hizo además los planos de la cimentación, forjados y todo el proceso que lleva esta obra hasta su terminación. Montull fue también quien la dirigió; solamente tuvo ayuda de dos jóvenes colaboradores que fueron con él a cortar los bloques de piedras a la cantera y algunos albañiles que le unieron los módulos. Las esculturas en sí de este monumento las hizo en su estudio, para luego ser colocadas encima de las bases que tenía realizadas en el lugar donde iban a ser expuestas”. La controversia acompañó, aunque no empañó este acontecimiento: “Tuvo críticas muy variadas en periódicos y revistas de las islas, incluso alguna negativa, ya que detrás existía un trasfondo lleno de envidias y prejuicios movidos por el gremio de artistas locales”. La naturaleza de esta controversia nos sugiere un dicho que reza: Nadie es profeta en su tierra. Probablemente este aserto es más cierto aún en Canarias y Luis Montull, reconocido artista en otras tierras, no ha sido entendido y reconocido siempre en la suya propia, por unos paisanos con frecuencia demasiado autocomplacientes con un medio cultural demasiado provinciano, quizás pobre de miras, en exceso dependiente de relaciones políticas y escasamente atento al valor en sí de la creatividad. En este contexto se comprende que hasta mediados los ochenta la mayor parte de los encargos procedan de fuera de Canarias y que en la prensa local de principios de los setenta se llegara a calificar su arte como “solitario”. El articulista, por otro lado bienintencionado, confundía quizás la necesaria introspección y sencillez, en la que madura la obra que tiene sentido, con el aislamiento deseado. Afortunadamente la magnificencia de sus monumentos acompaña al autor tanto como al ciudadano que sabe sentirlos.